A todas las que han creído en mi.
Soy Noemí y en mi familia y amigos cercanos suelen llamarme Mimí.
Mi familia se asombra de todas las cosas que he registrado en mi memoria y constantemente me gusta echar mano de ellas para repasar lo que ha sido mi vida.
Muchas cosas por supuesto me encantan, me hacen sentir orgullosa. Otras no tanto, me causan vergüenza, me hacen revivir sentimientos y emociones no tan gratas. Otras de plano quisiera que nunca hubieran sucedido, pero ahí están para decirme cosas
En general me gusta “repasarme” para ver como he ido cambiando, para entenderme en el punto en el que estoy en el presente y tener un punto de referencia desde donde ver como me he ido transformando.
Cuando era niña y comencé a ir al jardín de niños y luego a la primaria me recuerdo súper amiguera, niñas y niños formaron parte de mi vida de niña. Recuerdo sus nombres, sus caras, los juegos, las travesuras, las peleas y una amistad fuerte, en la que poco importaba que viviéramos lejos o que estuviéramos de vacaciones porque siempre había algo por qué vernos.
En especial de esos años recuerdo haber tenido contacto con muchas niñas a las que adoraba porque siempre veía en ellas cosas buenas, cosas que me gustaban de ellas. A unas las admiraba porque me parecía que eran muy bonitas, por su inteligencia, por su sentido del humor, hasta por sus familias.
Era difícil que con alguna no me llevara bien, incluso aquellas que eran poco sociables, yo les hablaba y trataba de conocerlas, no siempre con el mejor resultado, pero lo intentaba.
Los niños, también fueron importantes, porque con ellos era otra relación, pero esta vez quiero hablar de chicas.
Mi grupo se dispersó al entrar al siguiente grado, la secundaria. Cambié de rumbo y encontré nuevas amigas. Aquí las cosas fueron muy diferentes. Lamentablemente se hizo más marcado el nivel social y esas cosas comenzaban a tomar una estúpida importancia. Al principio hice grandes amigas y mis primeros años fueron igualmente divertidos con ellas.
Conforme pasó el tiempo conocí los malos entendidos, las habladurías, el afán de sobresalir a costa de humillar a otras y la mala leche producto de la amargura y de ideas estúpidas como “quien tiene más… vale más…”. Pero eso sí, ahí conocí a la que sería mi gran amiga de aventuras y desventuras, una cómplice inigualable y que hasta la fecha, aunque no la veo con frecuencia, ella sabe que habita en mi corazón.
En plena adolescencia tuve un acercamiento a un grupo de mujeres que lejos de provocar el efecto esperado me hicieron salir corriendo a buscar y afianzar la idea de que el género másculino sería desde entonces mi mejor elección para buscar mejores amigos.
Desde mis ojos de preadolescente, 13 años más o menos, veía a las chicas morir de amor por los muchachos que ni siquiera las volteaban a ver, llevar sus secadoras eléctricas a un campamento en medio del bosque o hablar de cosas que me parecían infantiles y estúpidas para su edad.
Y en mi cabeza comenzó a instalarse ese pensamiento de: “las mujeres son muy superficiales, bobas y sin cerebro y no quiero acercarme si todas van a ser así”.
La preparatoria, nuevamente, me hizo reconsiderar la amistad entre mujeres. También encontré mujeres hermosas y que me dejaron grandes recuerdos, pero la salida de mi ciudad natal me alejó totalmente y no hice nada por conservarlas.De la universidad no recuerdo grandes amigas, compañeras de clase solamente, y hoy que lo pienso me da un poco de tristeza, porque pude haberme hecho de una red de mujeres valiosísimas.
Eso si, mucho tiempo después supe que una preciosa mujer me incluyó en la dedicatoria de su tesis y gracias a sus hermosas palabras, que me hicieron llorar, me replantée la manera de ver mi paso por la Universidad respecto a como me relacioné con algunas de ellas.
Decidí quedarme en la Ciudad de México a iniciar mi vida laboral. Y quizá ustedes se pregunten, y quiénes eran entonces sus amigos o con quién convivía esta mujer? Pues si, todos los que me rodearon eran hombres.
Encontré a unos hermanos fantásticos, unos increíbles hombres a quienes amo profundamente, pero de nuevo no hubo muchas mujeres. Quizá una, novia de uno de ellos y con quien hice clic de inmediato. Pero esa chica era tan increíble que Dios decidió llevársela muy joven y una vez más me quedé sola y con las ganas de conservarla en mi vida.
La primera mujer que creó magia para mi, fue la que me aceptó como becaria en un proyecto de historia del cine, muy a su modo, ella creó el hechizo, para que yo me creyera una profesional de la Historia, suficientemente capaz de cumplir con lo que requería un trabajo profesional.
De aquellos años al presente ha pasado más de una década y en esos años existe otra mujer con una presencia muy especial para mi.
Ella ha sido mi hermana, que increíblemente en el tiempo en el que hemos vivido juntas hemos sido el complemento perfecto una para la otra. Nos reencontramos y creamos una pequeña red pero sumamente fuerte, como nunca la habíamos tenido, de lo cual me siento orgullosa porque no siempre se logra, ni aunque haya lazos familiares de por medio. Y sé que muchas nos la envidian.
Hace apenas cuatro años conocí el dolor que entre mujeres podemos causarnos. Quien yo creía era una gran amiga me hizo trizas, mi confianza como profesional adquirida en casi quince años de trayectoria laboral, me la tiró al piso, la insultó y me dijo cosas verdaderamente hirientes. Minimizó cualquier “capacidad” que yo pensaba que podía tener y de plano me dijo: “eso es para los que sí saben, tú ni lo intentes”.
Otra mujer a la que yo conocía poco, se encargó de darme la estocada final, diciéndome que quien no tiene conocimientos de otro idioma no vale, y es una carga para una empresa.
Así, sintiéndome la más estúpida, la menos capaz, la menos suficiente, la impostora más grande y las más tarada de todas como profesional y como mujer, encontré a quien fuera mi salvación en ese momento.
Una mujer, muy pequeña de estatura pero de un corazón enorme, que no me dejó caer y me pidió encarecidamente que no hiciera ningún caso a esa basura y, al contrario, saliera de ese lugar con la frente en alto por todo lo realizado.
Después llegó un podcast y luego un programa de un año, la ayuda de mi hermana, un trabajo intenso, verdadero, introspectivo, fuerte, del que me siento orgullosa y por el que escribo estas líneas, en las que espero me sigan acompañando.
Desde entonces, a esta fecha he revisado una y otra vez, esta última y muchas de las historias que viví con mujeres.
Y justo porque hoy mi percepción de las mujeres es distinta, me atrevo a contarles, que por lo menos desde 2017 he perdonado mis pensamientos, mis actitudes y he reconocido que yo también fui cruel, yo también juzgué, critiqué, les puse apodos, hablé de más y mal, me metí en cosas que no me incumbían o que no me habían pedido mi opinión.
Les he pedido perdón a quienes les hice daño y me he propuesto cambiar.
Cambiar mi actitud hacia las mujeres, verlas desde los ojos de la empatía, del amor como género valiosísimo, para reconocerles su sabiduría, su capacidad de transformar, de transmitir, de amar sin condiciones, su valor para enfrentarse a las más penosas circunstancias y salir de ellas, de buscar su libertad, de ser felices con sus cuerpos tal y como sean, de realizarse como madres, hijas, esposas o mujeres simplemente.
Hoy reconozco que hasta esos malos momentos provocados por mujeres crearon un impulso que me hizo reconocer que yo necesitaba ayuda, que no era fuerte ni dura como suponía, que se valía hacer cambios radicales de pensamientos y actitudes.
Finalmente descubrí que serían también las mujeres ese bálsamo que buscaba mi alma para sanar y continuar un nuevo camino acompañada por muchas de ellas. Desde ahí se produjo nuevamente la magia, cuando conocí a otras mujeres, capaces de abrirse, de desnudarse sin miedo, de compartir lo más íntimo, guiadas por otra mujer a la que no me canso de decirle que me cambió la vida. Ya ustedes saben quien es.
Yo me considero el ejemplo de que podemos transformar o eliminar nuestras viejas ideas, esas que ya no nos sirven; nuestros sentimientos que nos hacen amargas y tóxicas para los demás y para nosotras mismas; nuestra actitud reticente que no nos permite encontrar almas gemelas con quienes poder compartir nuestras vidas.
En cambio podemos descubrir que las mujeres construimos redes para evitar caer hasta el abismo en los momentos difíciles y hacemos magia cuando trabajamos en conjunto e intercambiamos nuestra sabiduría salida de nuestras experiencias, cuando ayudamos a otras a ver aquello que las hace distintas, únicas e irrepetibles, cuando entre todas buscamos soluciones a lo que parece ser un túnel oscuro e interminable y nos dejamos ayudar.
La presencia de las mujeres es de por sí mágica desde que el mundo es mundo porque somos creadoras y quizá por eso el Universo nos puso aquí.
Bienvenidas a crear magia.