Y me enojé.

Uff, vaya si me enojé!

• Con cada nutrióloga que visité, con cada producto milagro que compré en conjunto con mi mamá.
• Con mi mamá por comprar esos parches, inyecciones, polvos, gotas y licuados,
• Con mis amigas gordas que bajaron de peso, porque aunque no quería decirlo las sentía traidoras,
• Con mi compañera de trabajo que me dijo mientras me acariciaba el pelo: “yo bajé de peso porque mi papá me dijo que gorda nunca iba a conseguir novio”,
• Con la esteticista convertida en “nutricionista” que después de dos semanas de dieta me “felicitó” diciéndome: “ahora perdiste el mismo peso que tenías al nacer” (ya sé, sigo sin entender la lógica),
• Con otra compañera de trabajo que me dijo: “pienso que estás deprimida, lo noto porque has subido de peso”,
• Con la última nutrióloga que visité a la que expresamente le pedí no pesarme porque me desataba un trauma y me dijo “lo siento, tengo que hacerlo”
• Con la familiar que el día de mi cumpleaños en vez de celebrar la vida conmigo me miró y preguntó indignada “¡¿tú por qué te dejaste engordar tanto?!”