“Odio cuando me dicen que tengo que SOLTAR”
Participó una de las mujeres de un círculo de desarrollo personal al que me invitaron la semana antepasada.
Lo que en realidad estaba diciendo, y lo acotó en su siguiente participación, era que la presión por soltarlo todo en estos momentos del año, de la historia de la humanidad y de la tendencias del desarrollo personal es AGOTADORA.
Estoy de acuerdo.
Y sé que tú también.
Pero ¿te digo dónde está la trampa?
En que, de nuevo, estamos poniendo un muro entre tu felicidad y tú.
Un condicional, un “si y sólo si”, un “tienes que ganártela primero”. De nuevo es una explotación del recurso del martirio y de la cultura del sobre-esfuerzo y ya tuvimos mucho de eso durante toda nuestra vida.
Ya no queremos esperar, pedir permiso, ver la montaña y consolarnos en la promesa de que allá arriba, una vez que hayas superado pruebas y “probado tu valor”, obtendrás la recompensa.
A la mierda.
Quiero, me merezco, necesito la recompensa porque YA estoy agotada, porque necesito dejar de cargar. Porque ya no me vuelven a convencer de que después de una montaña sigue otra y otra y otra… ad nauseam.
Ya basta.
Quiero, necesito… soltar las imposiciones, las listas de espera, las promesas eternas sin pies ni cabeza que no me dan nada pero me siguen exigiendo.
Me viene a la mente la escena icónica con Robert de Niro en “La misión” donde él, por una penitencia autoimpuesta (y porque la neta si fue un cabrón hasta este punto de la historia), decide escalar una cascada cargando una armadura (cero sutil el simbolismo pero muy efectivo) hasta que se da cuenta de qué le va a ser IMPOSIBLE llegar vivo al final de su trayecto si no la suelta.
Y entonces decide cortar la cuerda. Vuando ve caer la armadura y finalmente llegar hasta arriba, rompe en llanto.
No puedo ver esa escena sin hacer lo mismo.
Me identificas, Robert de Niro.
Es un llanto deliberación, de “misión cumplida”, de “ya no quiero seguiir cargándote, pedazo de realidad que tal vez me identificaba en el pasado pero ya no”.
Porque es AGOTADOR cargar con pesos muertos, ya sean sacrificios “elegidos” por ti (que uncluso creas que te mereces), modelos a seguir que en algún punto del camino decidiste imitar o penitencias impuestas por nuestro entorno bajo pena de ser miserable si no haces lo que se te pidió.
Nos han enseñado históricamente que si queremos “ganarnos” algo que valga la pena, el precio es alto. Tiene que costarnos mucho, tiene que doler, que implicarnos un sacrificio grande, casi heroico.
Y no sólo fue tu abuelita hiperreligiosa, también son los entrenadores de gimnasio que promueven que deshagas tu cuerpo con “esfuerzo”, las amigas que te alientan a quedarte en lugares y relaciones que te están matando lentamente “por tu bien” y gurús de las redes sociales que endiosaron en algún momento el “esfuerzo” que en realidad es obediencia perfecta a varios sistemas que no nos quieren felices, sino seguidoras de sus enseñanzas.
Todos tomamos del mismo veneno que nos hace perpetuar las mentiras del martirio y de quedarte en un rol, en una identidad y en una vida que no disfrutas sólo por la promesa de un “algo” mejor en el futuro que tal vez no veas ni disfrutes.
Por eso, allí, es donde nos cuesta trabajo soltar.
No nos han enseñado que para que algo nazca, algo tiene que morir. Y que ese “dejar morir” no significa abandonar, ser débiles o traicionar los valores que nos enseñaron.
Simplemente representa un enorme deseo de evolucionar, de movernos, de dejar de esperar, de cargar, de vivir bajo reglas ajenas y caducas.
¿Te has preguntado…
Quién eres cuando no eres la mártir que lo da todo por una promesa de una recompensa final muy a largo plazo?
Quién eres cuando abandonas a “la incondicional” que se queda hasta el final, en las malas y en las peores y para la que no siempre hay reciprocidad?
Quién eres cuando te eliges a ti, a tus corazonadas y a tus deseos sin pedir perdón o permiso a nadie?
Quién eres cuando decides que ya es suficiente lo que estás haciendo, cuando te das crédito, cuando te admiras y aplaudes por la gracia y sabiduría con la que estás transitando el proceso y no sólo el resultado?
Dejame que te de la respuesta, hermosura…
Eres tú.
Sólo tú.
Simple, sencilla y esencialmente tú.
Y eso es lo más precioso que puedes aportar a este planeta.
Tu ser, tu esencia, tu sello único.
Y también, es lo que más miedo da… ser tú.
Porque como no hay nadie “repetido”, tu camino sólo lo construyes y transitas tú.
No hay una ruta pre-establecida que vaya exactamente acorde con tu alma.
Y esas son grandes noticias porque al ser la arquitecta de tu identidad, de tu destino, de tus decisiones… puede hacer cambios cuando TÚ lo decidas.
Puedes soltar cuando decidas, lo que decidas, sin miedo y sin buscar complacer a nadie, sólo seguir las instrucciones del mapa de tu alma.
Puedes aferrarte a lo que otras personas ya hubieran soltado hace mucho pero para ti tiene sentido seguir cultivando.
Puedes rendirte a una sabiduría mayor, decir “yo aquí no puedo pero sigo caminando, sólo necesito que me guíes”
Puedes armar un plan con objetivos, emociones deseadas y fechas que te lleven a conseguir eso que tanto anhelas.
Y puedes, tribu de mi vida, volver a iniciar y completar este proceso las veces que haga falta. Así de chingona y poderosa eres. Y así de único e irrepetible es tu camino.
Yo no creo en los tiempos perdidos, en los años gastados, en el amor desperdiciado. Y se que tú tampoco.
Yo creo en los aprendizajes del alma y en que todo lo que elegimos o no elegimos nos va marcando, y no nos determina.
Creo que siempre puedes corregir la ruta.
Creo que todos los caminos tomados los tomamos con la mejor de las intenciones.
Creo que es de sabias reconocer que “por aquí no era”.
Creo en el vacío creativo y de vida y en no llenarlo demasiado rápido con “nueva energía”.
Creo en el líquido pegajoso y cero glamoroso dentro del huevo que nos está terminando de gestar y en su potencial de nutrirnos desde “la nada”.
Y creo… creo en tu poder de transformar el mundo desde tu decisión de tranformarte a ti. De soltar lo que haya que soltar y construir lo que haya que construir para honrar tu esencia.
Tú eres el proceso. Y eres quien marca los tiempos, las decisiones y los cambios de ruta.
Quiero invitarte a hacer este proceso juntas… corregir la ruta, reconocer el vacío y su poder sanador y clarificador, y elegir transformarte con conciencia y desde tu alma, sin voces externas que te exijan nada, ni prometan una recompensa dudosa.
Si lo que acabas de leer te hace sentido, si te mueve el alma, si hay algo dentro de ti que dijo “si, claro que si!!”… vente! Uno de esos lugares tiene tu nombre, seguro.
Y el permiso que te vas a dar para diseñarte desde tu esencia a través de tus sentidos, tu voz del alma y tu capacidad de compartirte en una comunidad segura, puede cambiar la forma en la que te plantas y construyes en 2024.
(Además, ¡vamos desayunar juntas!)